San Roque y la longitudinalidad

Este verano, en concreto, la noche del 15 al 16 de agosto, esperábamos al cura que con su oración iniciaría la procesión de San Roque. Esta procesión con su correspondiente baile de la jota es una tradición del pueblo burgalés donde acudo puntualmente todos los años; no en vano es el pueblo de mi mujer, así que nobleza y alguna cosa más, obliga. Como quiera que el cura se demoraba, pregunté a uno de la peña que, si le pasaba algo a Don Pedro, este me contestó: Don Pedro ya no está; lo trasladaron el año pasado a Pancorbo. Anda, comente, qué raro, si tampoco llevaba mucho tiempo en el pueblo. Ya eso es, pero aquí cada cierto tiempo cambian los curas; el de ahora vive en otro pueblo y para estas cosas (San Roque) no se desplaza.

Me quedé con cara de pánfilo; siempre había pensado que, si había alguna “profesión” donde la longitudinalidad era casi imprescindible, era la de médico y la de cura.

Parece que el arzobispo de Burgos ha hecho el mismo máster que nuestros directivos de primaria; no solo no fomentan este atributo fundamental de la atención médica (y pastoral), sino que hacen todo lo posible por destruirlo.

Una pena para el pobre San Roque, el que se hizo santo por curar enfermos y resguardarlos de la peste; menos mal, digo, que no tuvo que ejercer en la época de estos cargos sanitarios y eclesiásticos. Ni hubiera pasado de beato, ni el perro le hubiera lamido las heridas.

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