consecuencias inesperadas
La ley de las consecuencias no intencionadas dice que casi todas las acciones humanas tienen al menos una consecuencia inesperada. En otras palabras, cada causa tiene más de un efecto, incluyendo entre éstos alguno no esperado por los impulsores de la acción. Los principios que impregnan esta sentencia han sido reconocidos desde hace mucho tiempo, si bien, el concepto fue caracterizado en forma de ley y modernizado por el sociólogo de la ciencia Robert K. Merton.
Los efectos inesperados se pueden clasificar en tres grupos: positivos (relacionados con el concepto de serendipia o chiripa), problemáticos (en conexión directa con la conocida Ley de Murphy) y definitivamente negativos o efectos perversos, cuando el resultado es opuesto a lo que inicialmente se pretendía. Si el resultado que se pretendía no se consigue lograr bajo ningún concepto o porcentaje hablamos también de «desastre total» .
Viene esto a cuento por el comentario del, cada vez más interesante, blog «hemos leido» donde se pone de manifiesto que una de las virtudes de guías y protocolos es que nadie los sigue. De lo contrario puede pasar como con el documento de consenso SEN-SEMYC sobre la enfermedad renal crónica publicado en la revista Nefrología, cuyo seguimiento estricto plantearía una sobrecarga en los servicios de nefrología que no podrían asumir, hasta el punto que una carta al director a la misma revista se propone la necesidad de ajustar los criterios de derivación a Nefrología en función de la capacidad del servicio para atender a los pacientes.
Medicina basada en las listas de espera
Es conocido que muchas de las guías y protocolos actuales no se ajustan a la realidad asistencial en cuanto a posibilidades de implementación local y aplicabilidad. Es lo de siempre; recursos adaptados a actividades o actividades adaptadas a recursos.
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