Revisiones narrativas

La llegada de las revisiones sistemáticas en la segunda mitad del siglo xx obligó a renombrar las clásicas revisiones que resumían y analizaban la literatura científica existente sobre un tema específico. Se les dio el nombre de revisiones narrativas, enseguida comenzaron a recibir improperios y descalificaciones, producto de la sempiterna batalla de lo nuevo frente a lo antiguo. Se puso de manifiesto su dependencia excesiva de las cualidades del autor, del sesgo de selección en la elección de las fuentes de información, la falta de originalidad, en tanto en cuanto no aportaba nuevos datos, y su falta de actualización. Sin embargo, se olvidó que parte de su valor radica en la síntesis de la información existente, lo que puede ser una limitación si no se hace de manera adecuada, pero es una gran ventaja cuando el objetivo es precisamente esa síntesis, que ahorra tiempo y esfuerzo al receptor. De manera práctica: si el médico de familia está manejando una hipertensión o una diabetes, la información que necesitará va más allá de la que le brinda una revisión narrativa, pero si está evaluando una artritis en un paciente con aftas orales, una buena revisión sobre la enfermedad de Behçet será pintiparada para el caso.

Real Abadía Cisterciense de Santa María y San Andrés de Arroyo

Todo ello sin olvidar esa íntima satisfacción intelectual de plantarse ante una buena revisión con tiempo, lápiz y regla. Si leemos buenas revisiones publicadas en buenas revistas, no tendremos datos de resultados muy novedosos, ni recomendaciones que cambien nuestra práctica, aunque a lo mejor sí, ni novedades o hallazgos poco conocidos, basta con detenernos en ese goce intelectual de leer para expandir nuestro conocimiento, estimular nuestra curiosidad y reflexionar. Te parece poco. Eso también es aprender

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